Campeona por cuenta propia - José Respaldiza Rojas

                 

Entrabas al salón oliendo a recién bañadita, era la época en que Lima crecía con una hidrocefalia geográfica, en dónde muchos distritos y barrios compraban el agua en cilindros, donde camiones aguateros vendían el cilindro a cinco soles y tú te las ingeniabas para tener con qué asearte. Pasar por el lado de tu carpeta era recoger el aroma del jabón de pepita, jabón del pueblo, la pobreza no es ajena a la limpieza.
Eras alegre, comedida, vivaracha, atenta a las clases, pero tu pasión estaba concentrada en conocer más recetas de comida, cómo hacer agradable la papa, cómo mejorar la presentación de la sangrecita de pollo, baratísima, que compraban en el mercadito de la localidad. Margarita, discúlpame que solo recuerde tu nombre y tu olor a buen hábito de higiene, es que he tenido tantos alumnos como piedritas tiene el arenal donde se asienta el colegio de Villa María del. Triunfo.
Recién egresado y con mis veintitrés juveniles años entré de frente a enseñar en la Universidad de Huamanga, pero ese sueño me duró apenas un año, y de allí pasé a un colegio de educación primaria en Villa María del Triunfo, cuando aún la ciudad bullía por seguir su expansión, en las afueras de Lima, esa fue mi suerte, pues allí te conocí. Por cierto que también me encontré con muchos egresados de la Escuela Normal Superior, hoy convertida en Universidad; el director era Brígido Varillas Gallardo, egresado del Instituto Pedagógico. Estaba igualmente Agustín Salvá Pando, compañero de mi promoción, Zózimo Pahuacho Briceño, procedente de muchas promociones anteriores, todos ellos podrán testificar de tu presencia.
Caminabas tempranito por el arenal para llegar en punto a la hora de ingreso y no perderte ni una clase.
Al año siguiente pasé a otra universidad y así pasó el tiempo. En mis ajetreos por conseguir que mi sueldo abasteciera la canasta familiar te volví a ver en el mercado de La Parada, a un costado de la sección mayorista. Fuiste tú quien me reconoció y me pasó la voz:

-Profesor, cómpreme anticuchos, tres palos por un sol cincuenta.
-No, no gracias – contesté tajante, preocupado en mis compras.
-No se acuerda de mi, profesor.

Al voltear mi cabeza me di con una muchacha de unos veintitantos años. Te miré atento y te pregunté:

-¿Quién eres?
-Soy Margarita, su alumna en Villa María del Triunfo.
-Cómo te voy a reconocer si has crecido y ya eres una mujer, con tu pelo y tu lana.
-Siempre con su chispa profesor, mi lana la llevo con mucho orgullo.
-¿De dónde eres?

                                                                                                                                         
-De Huancayo.
-Ya me enamoraste, dame tres palos, calientitos.
-¿Le pongo ají?
-No, así nomás.
-¿Y usted de dónde es?
-Soy limeño, nací en los Barrios Altos.
-Limeño y no come ají, eso sabe mal.

Como estaba apurado, terminé rápido de comer, le pagué y me fui a continuar mis compras. Ir para adquirir víveres en La Parada me lo enseñó el señor Durán, esposo de la señora Judy Barreto, la primera mujer bombero que hemos tenido. Se debía ir cada quincena, de preferencia a media mañana y por eso regresé a fin de mes, pero esta vez con la clara intención  de ver y hablar con Margarita.
Estabas junto a su carretilla avivando el fuego con un abanico de paja. Apenas un palmo más alta que el común de las mujeres, aunque algo gordita conservaba una atractiva figura que la hacía un poco coqueta. De dos trenzas pelo negro que caían a cada costado de sus  senos, algo abundantes. Piel de un color cobrizo claro se dejaba ver en su cara y en lo visible de un atrevido escote. Lucías un rostro simpático, sin usar ningún tipo de maquillaje, el timbre de tu voz tenía un inocente imán que atraía a los clientes. Tus labios mostraban una cándida sonrisa convincente.

-Hola Margaracha ¿cómo estás?
-Bien nomás, profesor.
-¿Te casaste?
-No, sigo aún soltera, pero con un autogol.
-¿Cómo es eso?
-Es que me enamoré de un estudiante de ingeniería y a la hora de los loros, se echó para atrás.
-¿Y el autogol?
-Se quedó en casa con mi hermana menor, ya tiene cinco años.
-Cuanto lo siento, pero tienes toda una vida por delante.

Me contó que al fallecer su padre se sintió, obligada a trabajar. Como juntaba recetas notó que con poco capital se podía vender anticuchos, se requería vinagre, que era barato; ajos, pimienta y sal, ingredientes también baratos.  Lo relativamente caro eran los corazones, pero sabiéndolos trozar, rendían bastante. Los palitos eran baratos así como el carbón. Si se quedaban trozos sin vender, al día siguiente servían para el almuerzo. Todo era ganancia y dependía de conseguirse una gran clientela. Ahora atendían en dos lugares distintos, ella y otra de sus hermanas.

-Margarita ¿no tuviste problemas con la venta?
-Yo pago, al municipio, aquí está mi boleto, comprobante de hoy. Pago diario.
-No es eso, yo me refiero que las anticucheras siempre han sido gente morena.
-Mis clientes están satisfechos con la sazón de mis anticuchos. Ellos comen mis anticuchos, no me comen a mí.


Iba a contestar pero preferí guardar silencio y seguir mascando los pedacitos de corazón del último palo. Pagué y me despedí de ella.
El tiempo sigue su curso. La dictadura del ochenio llega a su fin, sube Manuel Prado, se aviva la corriente nacionalista que reivindica para el Perú el usufructo del petróleo de la Brea y Pariñas, ilegalmente en manos de la IPC, una empresa norteamericana. Se destaca la participación del General César Pando Egúsquiza, del Dr. Alberto Ruiz Eldredge, de Alfonso Benavides Correa, del Dr. Alfonso Montesinos, del diario El Comercio; se editan       libros y artículos periodísticos en  pro de dicha tesis.
Sube el arquitecto Fernando Belaunde Terry y cuando se iba a firmar un nuevo convenio para la tenencia petrolera desaparece la página once del Acta de Talara, factor desencadenante para que, en 1968 el General Juan Velasco Alvarado lo derroque y sea Presidente en nombre del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Se nacionaliza el petróleo, se implementa la Reforma Agraria y otras medidas socio económicas. Por ejemplo, el Ministerio de Agricultura, en camiones del Ejército van hasta las parcelas campesinas comprándoles sus cosechas de papa con un pago justo, pero, siempre salta algún pero, no tienen la infraestructura de venta y sus depósitos se ven abarrotados. Se nota a las claras que no pueden vender las toneladas de papas que cada día ingresan a la capital y como al día siguiente entran otras toneladas más, los remanentes se van acumulando. Quisieron exportar papa, mas el gobierno era visto como un leproso, todos se excusaban aduciendo un sin número de problemas. Nadie se atrevía a negociar con militares tildados de rojos.
Una mañana de 1970, muy temprano me levanté para ir rápido a comprar el pan y un cuarto de jamón del país, de paso adquirí un diario. Mientras tomaba mi desayuno leí a la volada las noticias y me di con la sorpresa que habían llegado a un acuerdo con la reina de la papa para comercializar ese producto, la sorpresa era que mostraban la foto de esa reina y esa reina era precisamente Margarita. Me vinieron muchas preguntas a la cabeza: ¿Cómo pasó de anticuchera a papera? ¿Puede haber una reina de la papa? ¿Cómo una humilde persona sin título universitario puede tratar de igual a igual con un gobierno revolucionario? Al terminar caminé hacia mi movilidad para partir rumbo a mi centro laboral.

Ese fin de semana fui a La Parada y busqué a Margarita. Serían más o menos las diez de la mañana, allí estaba ella, sentada tomando un té caliente yapado con su yonque. Ahora se mostraba con unos kilos de más y por algún costado se escapaban una o dos indiscretas canas,  los años no pasan en vano. Su mirada era más ejecutiva y junto a ella uno se sentía seguro pues irradiaba confianza. Los camiones repletos llegan de madrugada y a esa hora hay que recibirlos. A media mañana como que provoca calentar el cuerpo, se toma un te calientito. Me acerco y le digo:

-Buen día, Margarita.
-Profesor, buenos días ¿qué milagro lo vuelvo a ver?


                                                                                                                                             
Esa respuesta fue suficiente para que dos fornidos individuos se retiraran a una distancia prudente, era sus vigilantes. Es que aquí la compra/venta se hace plata en mano, se paga al contado, no hay tarjetas de crédito, débito y otras mojigangas, todo es como dice el refrán: plata en mano, chivato en pampa.

-Trae otra taza con té para el profesor.
-Sale y vale, con medio limón, por favor – dije.

Conversamos en forma amena y me contó que un asiduo cliente la enamoró y luego de un tiempo le propuso matrimonio, así ingresó al mundo de La Parada, como esposa de un mayorista comercializador de papa. Como tenía buena memoria retuvo el nombre de los diversos tipos de papa, dónde se producían, cuándo se cosechaban, qué cantidad lograrían ese año. Después memorizó el nombre de los Prefectos y Subprefectos, sus fechas de cumpleaños, pues ellos ayudarían a resolver los problemas cuando estos se presentasen.

-¿Cómo te hiciste la reina de la papa?
-Al poco tiempo enviudé y me hice cargo de todo el negocio. Yo soy mayorista, especializada en papa, lo de reina me lo ponen los periódicos.
-Pero, te agrada que te pongan como reina.
-Claro y no niegue que a usted también le gustaría ser rey. 

Por ella me enteré que el gobierno no lograba vender las papas con la celeridad con la que les compraba a los campesinos y a las cooperativas, y por eso negociaron un acuerdo para que ella dejara de comercializarlos durante un día y así en gobierno llevaría a los mercados su stock acumulado, ¿A cambio de qué? Eso no me lo quiso decir. De pronto se puso en pie y me dijo:

-Espéreme un momentito, profesor.

Un camión cargado hasta el tope acababa de ingresar. Ella se acercó y conversó con un señor que viajaba al lado del chofer. No se podía escuchar lo que decían, pero al cabo de un momento ella metió su mano en un imperceptible bolsillo, sacó gran número de billetes, contó una cantidad que luego se la dio a ese señor. Se despidieron y ellos empezaron a descargar los sacos con papas. Margarita volvió a su asiento.

-¿Cómo sabes lo que debes pagar? No te he visto pesar la carga.
-Los años de experiencia, por el tamaño del camión y la variedad de papa, basta para saber cuánto debo pagar. Aquí no hay tiempo que perder.

También me contó que la mantenían informada de las heladas, los huaycos y otros desastres que hacen variar el precio. Supe que ella tenía lugares de almacenaje en las afueras de Lima y cuando el precio bajaba demasiado por una sobre producción, ella impedía que esos camiones descargaran en La Parada.




-Margarita ¿te han invitado alguna vez el CADE?
-¿Qué es CADE? – me repreguntó.
-Olvida ese nombre ¿De alguna universidad te han invitado para que cuentes tus experiencias?
-No, nunca me han invitado y la única universidad que conozco es la universidad de la vida.

Le agradecí el medio costal de papas que me regaló y me despedí pensando por qué a una mujer emprendedora como Margarita no se le reconoce los méritos de su trabajo ¿El Club Nacional la recibiría como socia? ¿Sería todo igual si ella tuviera pelo rubio, ojos azules y se llamase Margaret? Si fuera así no estaría en La Parada. Entonces ¿quién vendería las papas?  Mejor no sigo pensando porque es para llorar. Las cosas son como son y no como quisiera que fueran.

Dice la Constitución que todos somos iguales frente a la ley, eso está claro, frente a la ley, pero no frente a la realidad objetiva ¿Quién recuerda a esa empresaria, no de momento sino de toda una vida? ¿Recibió alguna distinción? Simplemente nuestra organización social desdeña a las mujeres, aun a las exitosas, a las que mueven millones mensuales, pero no viven en Las Casuarinas; a las que no salen en las páginas sociales de los diarios.
Margarita, yo te reivindico, no importa que yo también forme parte del ejército de los ninguneados. El placer y el honor de haber sido tu profesor es algo que luzco con orgullo.
Cuando la adversidad me muestra su fiero rostro me acuerdo de ti, de tus alzas y bajas, de tus alegrías y tus llantos y de las alegres a más de jocosas notas del Tuws a la Pajuelana que nos proporcionan gran jolgorio y mucha chunga:

Que buenas son las papas,
con poco, poco, poco de tomate,
que buenas son las papas,
con poco, poco, poco de picante,
que buenas son,
               las papas si,
               después de trabajar.

Pero quedo yo preso
por culpa del sargento
que tiene mas narices
que el propio capitán.
las papas con tomate,
las papas con picante
y el cura sacristán.


Hoy que el mercado de La Parada dejó de existir se vinieron a la memoria muchas vivencias relacionadas con ese mercado, una de las cuales es este relato.

(c) José Respaldiza Rojas
Lima
Perú


José Respaldiza Rojas (Lima, 1940) Decano de la Facultad de Pedagogía de la Universidad Nacional de Educación (1991) catedrático principal, periodista, se ha especializado en literatura infantil. Es Magister en Ciencia de la Educación. Ha publicado La Maestra, Adivinanza, Las Fabulosas fábulas, Fabulario, Imayllanqui jitanllanqui mil adivinanzas quechuas, Las jitanjáforas en el mundo infantil. El Tangrama, Calcular con fantasía y otros más. Es miembro de APLIJ, CEDELIJ
Ganó el Premio Nacional de Promoción a la Lectura, en el nivel universitario. En 1997 la Biblioteca Nacional del Perú lo galardonó por su creatividad.

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