Espejo del alma - Dolores González Opazo




Toda la noche había llovido a cántaros, el viento soplaba con fuerza , ululando por entre los recovecos y el barro del callejón. Los truenos y los relámpagos no me habían dejado dormir en toda la noche, lloré con la cara metida bajo mi almohada de lana de cordero, para no escucharlos, sin embargo con cada tronar, mis lágrimas volvían a brotar. Mi abuela al parecer estaba en las mismas, porque cada vez que asomaba la nariz por debajo de las sábanas, la veía sentada en la cama con su rosario en la mano y en algún momento seguro, silenciosamente se había levantado, porque de entre las cenizas del brasero del comedor salía un delgado hilito de humo, que se disolvía entre las murallas del caserón; eran ramas secas de olivo, de esas ramas benditas de semana santa, que según ella nos protegerían de esas inclemencias del tiempo.

Ya en la mañana tipo siete, los truenos silenciaron en su tronadura y con voz asustada aun le pregunté a la abuela:

-¿Mamita ya se fueron ? -
- Siii niña ya se fueron, ya se pasaron pa la Argentina me respondió- ahora duerme más mejor .


Y así lo hice, confiada y respirando profundo, al fin se habían ido con su sonajera a asustar a otras gentes , al otro lado de la montaña a otras tierras.

Estaba durmiendo de lo más tranquila cuando siento la voz de la abuela , remeciéndome .
-Ya levántate , el mate está listo y es bien re tarde ya y salió de la pieza refunfuñando.


La verdad ya no llovía, unas leves ráfagas de viento algo tibio zamarreaba el guindo que golpeaba la ventana, y como tarea de día de lluvia , me tocaba partir nueces. Arrastré la canasta con las dos manos hasta mi silla de totora que estaba en la cocina junto al brasero ,y mientras la abuela cocinaba silenciosa , yo partía y partía nueces con la tenaza.
Tan ensimismada en mi trabajo estaba, que no sentí el silbido en la calle, la abuela salió tranqueando a mirar y al regresar me dijo:

-Ya deja eso ahí no más , allá afuera esta "el chino" esperándote pa ir a los camarones-

Mientras yo tironeaba no sin esfuerzo la canasta, ella buscó la bolsa de género que siempre yo llevaba para estos casos, tomé mi morral y lo crucé en mis hombros, ella me miró y echó en él un par de calcetas gruesas, de esas que cada año le compraba a los cochayuyeros que pasaban con sus mulas, y dos pedazos grandes de tortilla de rescoldo y saco de la zaranda, que colgaba en la cocina un trozo de queso y lo echo junto a la tortilla, mientras refunfuñaba y refunfuñaba, quien sabe qué.
Salí a la calle y ahí estaba "el chino" esperando por mi, con su larga chaqueta café, esa que le quedaba grande y larga de mangas, con los pantalones algo cortos y un sombrero lleno de hoyos, por el que sobresalía su largo pelo . Con su media sonrisa se acercó y con mucho cuidado me sacó el morral cruzándoselo el entre sus hombros, dio media vuelta y comenzó a caminar a tranco largo con sus bototos de guerra, camino del callejón donde el vivía, en un rancho medio oculto entre los árboles a medio camino.
"El Chino" era mi amigo de siempre , yo medio silenciosa acostumbrada a conversar solo con mis perros o sola de vez en cuando, porque mi abuela era de poca labia , y con mi amigo que no articulaba palabra solo lo estrictamente necesario, le hablaba y le hablaba caminando detrás de él, a su lado yo parecía una gran conversadora. Mientras yo le conversaba una y otra cosa, el solo me miraba y sonreía con su blanca hilera de dientes y sus ojos pardos.

Llegando al potrero nos saltábamos los alambres yo ayudada en todo momento y él saltando como cabra de monte.
-Mire me decía apuntando la gran cantidad de pequeños montículos de barro, hecho por los camarones Hay muchos muchos era todo su conversar.

Comenzábamos nuestra tarea de meter y sacar rápidamente la mano de las cuevas, yo gritaba a todo pulmón, cuando un bicharraco se agarraba de mi calceta y el reía de buenas ganas. En el descanso nos sentábamos a comer la tortilla con queso, mientras él me conversaba bajito sobre lo que ocurría alrededor. "El chino" no sabía leer, porque no iba a la escuela, yo a mis ocho años me sentía toda una sabihonda, juntando las letras y enseñándole a leerlas. Sin embargo él no aprendía, o quizás si lo hacía pero para hacerme rabiar se equivocaba de adrede . Era pillo "el chino" pero yo lo quería.
Cuando terminábamos nuestra tarea de agarrar camarones ya cayendo la tarde, él que tenía su bolsa arrebalsada sacaba de los suyos y le echaba a la mía si me faltaban. Y partíamos de vuelta cuando ya casi anochecía, llenos de barro hasta las orejas y él con su largo pelo asomándole por entre los orificios del sombrero. Llegábamos a la casa y antes de que yo entrara me tomaba del brazo, y me hacía zapatear para quitar un poco de barro de los calamorros, me entregaba mi bolsa y sin decir palabra se devolvía otra vez a su callejón.

A veces pasaban varios días y el no aparecía, de repente miraba hacia la calle y ahí estaba parado frente a la casa sin decir palabra, esperando que yo lo llamara. En mis días de cosecha de la aceituna de los olivos de la casa , el venía para ayudarme a sacarlas y luego prepararlas sin siquiera pedírselo. Yo le contaba adivinanzas mientras duraba la cosecha y le leía entre leyendo e inventándole cuentos de mi silabario . El escuchaba atentamente y me enseñaba a hacer bailar el trompo, me traía ondas de regalo y piedrecitas redonditas para lanzarles a los pájaros.
"El chino" nunca vino a ninguno de mis cumpleaños, a pesar que yo lo invitaba, a veces lo vi mirando desde lejos, pero nunca se acercaba,sin embargo nunca dejaba de traerme algún obsequio , un puñado de huevecitos de perdiz, hasta un conejito chiquito me trajo una vez. Y me traía de esas flores que tanto me gustaban, esas amarillitas con corazón negro y blanco que yo llamaba chinitas y me las plantaba en el jardín de la casa. Hoy pienso como me habría gustado que "el chino" hablara un poquito, para saber lo que sentía, todos le decían por su apodo y nunca supe como se llamaba, una vez mi abuela me dijo que se llamaba Roberto yo le pregunte a él, y no me respondió. Llegué llorando a la casa un día que vi como unos niños le lanzaban piedras mientras +el caminaba solo con su bolsa de compras, quise pegarles a todos pero no pude , solo les lancé un par de piedras para correrlos cuando él ya se había perdido en su callejón.
Era buen amigo " El Chino ", un día me vio llorando , porque mi mamá me había prometido ir a buscarme y no lo hizo, me quede esperándola bien bañada y con los zapatos lustrados, pero no apareció y él me acompañó hasta la noche afuera de la casa sentada en la piedra, mirándome como lloraba . Al otro día apareció por la casa y cuando se acercó me dijo que metiera la mano en el bolsillo de su chaqueta gigante,  y ahí estaba " el amarillo" mi gato peludito y suavecito.
-Ese gato se te va a morir niña dijo mi abuela cuando lo vio muy chiquito como una bolita de lana- dile al chino que se lo lleve de vuelta mejor.


Sin embargo yo no se lo devolví y el gatito tampoco se murió.

Unos años después, cuando la abuela enfermo de loquería y me fui a vivir con mis padres , dejé de ver a mi amigo; y aunque hubo ocasiones en que se acercó a la casona para mirarme de lejos, ya no hubo tardes de camarones , y las caminatas a cazar perdices fueron más esporádicas. Mi mamá no quería que el se acercara a la casa ni a mi, él lo sabía , así es que a veces me esperaba camino de la escuela, traía de regalo ciruelas pintonas, me llevaba la bolsa de cuadernos, me dejaba afuera de mi casa y sin decir palabra se alejaba . Hubo veces en que me dejó pequeños obsequios en el jardín de la casona entre las abundantes plantas. Cuando me fui de la casa de la abuela, también me llevé a mi gato " el amarillo" que él me había regalado casi recién nacido, vivió conmigo muchos años hasta que un día ya no volvió de sus andanzas. Dicen que cuando los gatos sienten muy de cerca la muerte, simplemente se alejan para morir solos. Capaz que fue lo que le ocurrió a " el amarillo"…
En esos días también llegó a vivir al pueblo la familia del Eduardo, era compañero de colegio y amigo de mi hermano. Íbamos a jugar a su casa y él y sus hermanas iban a la nuestra, yo tenía amigos nuevos y poco a poco me fui alejando de mi inseparable compañero "El Chino ". Una vez mientras jugábamos en la casa del Eduardo vi a mi amigo mirando desde la calle, cuando lo miré el levantó un poco su mano para saludarme, quise correr a saludarlo pero titubié por unos momentos, mis amigos seguro se burlarían de mi, esos momentos de indecisión fueron suficientes para él, porque cuando volví a verlo ya no estaba. Entre a estudiar a un colegio de monjas y ya no tenía tiempo de andar aventurando, ni cazando conejos , ni disparando la onda . Quería ser escritora no cazadora.
Fue en mi cumpleaños número doce en que vi por última vez a mi amigo. Ese día había muchos invitados en la casa , y yo lo había invitado también a el , sabiendo eso si que no se aparecería. Sin embargo esta vez fue diferente, el llegó muy cerca de la casa y se detuvo a esperar que yo saliera, sin embargo los niños invitados lo vieron antes que yo, y encontraron divertido molestarlo gritándole y lanzándole piedras. Cuando escuché los gritos salí a mirar y lo vi parado frente a ellos. Quise acercarme a decirle que podíamos entrar pero ya no era posible , el estaba muy enojado. Se había quitado su viejo sombrero y lo sostenía con rabia en las manos, su larga cabellera la tenía por los ojos que brillaban de rabia. Aunque vestía su ropa de siempre al acercarme a su lado sentí el olor del shampoo en su cabellera , el Chino ya no era un niño, por primera vez me di cuenta que era un adolescente y que pensaba también como un hombre grande. Me acerqué y me miró con los ojos brillantes, me entregó una pequeña jaula hecha de palitos sin decir palabra, desde dentro un conejito me miraba alegremente, intenté tomarle la mano como lo hacía tantas veces cuando lo veía molesto, pero la quitó y se alejó dándome una última mirada entre triste y enojado . Nunca mas lo vi, se fue de mi lado y no volvió.

Un día amanecí con pena y me dio nostalgia de su compañía, tomé la bici y fui a su rancho para verlo, estuve mucho rato parada en la puerta de palos que había a la entrada de su casa , y nunca apareció, aunque se que estaba en la casa porque su perro "silencio" que nunca se alejaba de él ,me miraba desde la puerta con un ojo abierto, "El Chino" simplemente no quiso volver a verme y con algo de pena me alejé también.
Mi vida había cambiado radicalmente, en el nuevo colegio conocí niñas de mi edad, con ideas y vidas diferentes, poco a poco fui olvidando a mi primer y mejor amigo . Y aunque a veces cuando me sentía sola me acordaba de él , al poco rato ya lo olvidaba. Pasaron los años y "El Chino" desapareció definitivamente de mi vida , aunque cada cumpleaños mío, siempre aparecía un regalo desconocido en la puerta de la casa y yo sabía que era de el, nunca lo dije porque mi mama era capaz de ir a su casa y hasta golpearlo, así era ella y nada se podía hacer para cambiarla.
Cuando me vine a vivir a Santiago no regresé a mi pueblo nunca más , mi mamá dijo que vendríamos por poco tiempo y nunca hubo retorno, el pueblo y sus callecitas con sus viejas casas antiguas, y ese peculiar y fragante aroma de los naranjales en flor, pasó a ser parte de misrecuerdos atesorados mágicamente en mi memoria. Los años y el tiempo pasan inexplicablemente demasiado rápido , y aunque nuestras historias son muchas, hay recuerdos especiales que quedan ahí guardados para siempre .
Hoy casi cuarenta años después de haberme alejado de mis lugares de infancia y esa pura y limpia adolescencia , vuelvo otra vez, ahora acompañada de mi pequeña gran familia. Nada ha cambiado , solo un par de casas de más y varios rostros desconocidos para mi.
A recorrer salimos un día esas serpenteantes callejuelas llenas de nostalgias que parecen perderse en la distancia, allí los míos llenos de preguntas gozaban de la belleza y del paisaje de mi tierra. En uno de esos días, recorriendo esa larga calle donde viví mi infancia , corriendo tras los conejos, sacando camarones y buscando niditos de pájaros, vi una hermosa y blanca casa entre eucaliptos y árboles frutales que no recordaba de antes, un par de sauces llorones con un pequeño puente de madera a la entrada, cruzaba una pequeña acequia donde corría veloz el agua clara, y lo más hermoso un camino de "chinitas" que adornaban el gran jardín desde la puerta de entrada hasta el mismo corredor de la casa . Lentamente fui reconociendo el lugar, era mi campo de correrías en esos años de infancia, y volví a recordar a mi amigo , ese que nunca volvió.
Ensimismada en mis pensamientos recordando mis años de esa infancia feliz y despreocupada, no sentí que a mis espaldas se había estacionado una gran camioneta blanca, su conductor me miraba fijamente desde dentro, mientras yo me retrocedía lentamente a un lado para darle el paso. Tras el vidrio del parabrisas unos ojos pardos bajo el ala de un sombrero gris, y una melena de largo cabello oscuro se clavaron en mi. Pasó lentamente a mi lado sin quitar los ojos de los míos, nada había cambiado su mirada era la misma. Por unos segundos volví al pasado, estacionó su vehículo en el fondo de la gran casa, tardó unos minutos en bajar quizás tan sorprendido como yo, cuando lo hizo y caminó lentamente hacia mi reconocí en el su figura y su forma de caminar… nada había cambiado, solo faltaba su gran y larga chaqueta ; y pude sentir por unos momentos su silenciosa voz que me hablaba .
"El chino" era aún mi amigo y pude darme cuenta que aunque yo lo había olvidado , el seguía estando en mi vida ….como un espejo del alma…..

(c) Dolores González Opazo
Santiago de Chile
Dolores González Opazo es chilena, nacida en Villa Alegre pintoresco pueblo de la séptima región, lugar donde conviven estrechamente viñedos y naranjos. Tierra linda, que impregnó en ella el amor por el campo y sus costumbres. Su gusto por la escritura es desde siempre y escribe sobre las costumbres , tradiciones , cuentos y leyendas de su tierra. En el año 2015 Revista Archivos del sur publicó su cuento " Chicha de manzana " y en el mismo año ganó el concurso "Líneas de vida " con el cuento " Natalia historia de una desconocida ". En el año 2016 Revista Archivos del sur publicó el cuento " El velorio del angelito". Trabaja como bibliotecaria, además de hacer lo que más le gusta escribir. Entre libros se siente a gusto y goza con cada letra que llega a sus manos. Casada con 2 hijos y una nieta a quienes ha inculcado el amor por su tierra, las letras, el cuento y la poesía. Radica actualmente en Santiago de Chile.

El cuento Espejo del alma fue enviado por Dolores González Opazo para su publicación en la revista Archivos del Sur

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