A salvo - Araceli Otamendi


paisaje rural (c) Araceli Otamendi



"Si el sol se apartara de su curso, las Erinias lo perseguirían y castigarían"

                Heráclito

 
"A las Erinias se les sacrificaban ovejas negras y libaciones de νηφάλια nêphalia, mezcla de miel y agua" **






Ahora, en la sala de espera antes de embarcarse en el vuelo 407 hacia un país de Europa, Zinia pensaba en los últimos días transcurridos en Buenos Aires. Ahora sí, estaba a salvo. ¿Acaso no sería una gran oportunidad ir a pasar las fiestas a otro lugar? Vivir, sí, vivir un poco. A salvo del trabajo que ya detestaba, con todas esas apariencias que tenía que sostener de la mañana a la noche, vistiéndose con esos vestidos de cocktail que más que nada la hacían parecer una modelo de una revista femenina, una sombra de lo que ella era en verdad. ¿Pero cuál verdad? ¿Acaso no había sentido desde hacía mucho que había que vivir de otra manera? Casi nadie sabía entre sus amistades que ella se iba, que no estaría en la ciudad cuando se escucharan los típicos estallidos de los cohetes ni los fuegos artificiales iluminaran el cielo nocturno. Se acercaba el fin de año y los perros se exacerban y gritan, aúllan también antes de esconderse en algún rincón o tal vez escaparse a la calle buscando protección. En pocos minutos iba a dejar atrás muchas cosas, quién sabe cuándo iba a volver. ¿Y quién podría saberlo? Dejar atrás tantas cosas que ahora ¿quién sabe por cuánto tiempo? se le figuraban ridículas: los altares del Gauchito Gil que en el último tiempo se habían erigido en la ciudad, antes se los veía sólo en el campo, los había visto en la calle, pintados de rojo,o tal vez en una plaza, llenos de ofrendas: flores, de plástico y de las otras, botellas, recuerdos para agradecer al santo. El carro a caballo de los que venían a juntar cartones con el típico y monótono ruido del animal que hacía sonar sus cascos en el asfalto, a ciertas horas del día. Parecía que el campo había entrado en la ciudad. Escenas, puras escenas como las que ella presenciaba en su día a día en el trabajo. Como las que había visto en su infancia y que ahora casi, no recordaba. Entonces mentía, mentía mucho, sonreía a más no poder cuando le traían algún catálogo con las últimas producciones de un artista o de un seudoartista.
O alguna tarjeta de presentación. O quién sabe qué. Y debía mantenerse firme, simpática, sonriente, aunque le pesara todo ese disfraz, aunque supiera que ya no le quedaba tiempo para muchas cosas.
La voz por el micrófono llamaba a los pasajeros del vuelo 407, había que dejar el asiento, con la bolsa del freeshop en la mano, envoltorio de algún perfume quizás tomado al azar, pagado con esas horas de simulación, ahora de tardío arrepentimiento....
Únicamente le había dicho a un amigo, L. que no estaría en Buenos Aires cuando el reloj marcara el inicio de un nuevo año. L., que se encerraba en el departamento y fingía no estar, para que nadie supiera que estaba solo, y que pasaría Navidad y año nuevo solo frente al televisor con la única compañía de la comida, la bebida y la pantalla titilante. L. le había deseado suerte, y feliz año, que lo empieces muy bien, que no sufras el frío de Europa, si te hubieras quedado tal vez nos habríamos reunido, ¿quién sabe?
En el asiento junto a la ventanilla podía observar las nubes, pasaban rápido, se estiraban en el cielo azul. Después que la azafata diera la explicación sobre cómo ponerse la máscara y encontrar el salvavidas en caso de emergencia, buscaba en la libreta el número de teléfono del hotel de campo donde se alojaría. En la campiña, sí, a salvo de todo, pensaba.
A su lado se había sentado un hombre que ocupaba más espacio de lo que su asiento le permitía. Viajaría incómoda, deseaba llegar cuanto antes, había planificado todo muy bien. Faltaban muchas horas de vuelo, todavía.
La cara del perrito dejado al cuidado de una mujer que se ocupaba de dar atención a animales domésticos, se le presentaba ahora con los ojos tristes de una mascota que se sabía abandonada. Le había pagado a esa mujer muy bien, todo por adelantado. En ese sentido, tenía la conciencia tranquila. No iba a pensar mucho más en eso. Se concentraría en lo que iba a hacer, en las fantásticas excursiones que la página web del hotel de campo prometía: senderismo, paseos por el bosque, a pie y a caballo, piscina climatizada, deportes de invierno, excursiones a castillos, visitas guiadas, observación de fauna y flora, y por qué no, también vida nocturna, alguna que otra vez.
Ah, ¡qué a salvo se sentía a tantos metros del suelo! con esas nubes blancas y ese cielo azul, a tanta distancia de todo...
Cuando Zinia por fin se instaló en el hotel de la campiña, se encontró con el señor M. casi enseguida.
El señor también se había alojado ahí para pasar fin de año en un hotel de zona rural. Experto en arquería, le gustaba pasar las fiestas lejos de la ciudad, a salvo ¿de qué?
Le dijo su nombre, Zinia y al señor M. se le dibujó una sonrisa. ¿Zinia como la flor de papel? no le contestó, le pareció guarango, imprudente, fuera de foco que le hiciera esa pregunta. Sin embargo el señor M. la invitó después, esa noche, a tomar algo en el hotel. Zinia aceptó, olvidándose de la guaranguería del señor M. tal vez por unos instantes. Estaba en ese paraíso rural, donde no había muchos huéspedes.
Las enormes piedras de las paredes denotaban el paso del tiempo. ¿Quiénes habían estado antes ahí? se preguntaba. El señor M. que hablaba también en español, empezó a contarle historias del lugar. Ya se había alojado ahi en otras ocasiones y casi enseguida le confesó que era un experto en arquería. ¿Sería como Guillermo Tell? Zinia empezó a imaginarse al señor M. con un sombrero, arrojando flecha tras flecha a un blanco ¿pero acertaría? Ahora era ella la que sonreía con las historias que el señor M. le contaba.
Cuando él empezó a hacer preguntas, las típicas preguntas acerca de su ocupación, Zinia decidió mantener el misterio. Arte, se ocupaba de arte. Yo también, dijo el señor M. Ahora sí, no estaba a salvo. Arquero y artista. Zinia se disculpó después de algunos minutos, cuando la conversación había decaído, todavía tenía que deshacer alguna valija, ordenar la ropa ¿había traído tanta? Había que acostarse temprano porque mañana le esperaba una excursión para observar la flora y la fauna del lugar. El señor M. la despidió entonces con la frase: hace mucho tiempo tuve zinias en mi jardín. ¿Y qué pasó con ellas? Pero el hombre no le contestó, levantó la copa e hizo un brindis en el aire, saludó con la cabeza.
Zinia subió por la larga escalera del hotel hasta el segundo piso. En el pasillo que conducía a su habitación podía ver por la ventana la noche estrellada y algunos copos de nieve en el suelo. Abrió la puerta del cuarto, la habitación estaba calefaccionada a más no poder, y con el control remoto encendió el televisor. Se recostó en la cama, estaba cansada, había sido un viaje largo, muy largo.

(c) Araceli Otamendi
Buenos Aires
República Argentina

**tomado de Wikipedia Licencia Creative Commons Atribución compartir igual 3.0

 

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