Doménico Chiappe




(c) Lisbeth Salas

El primo Arturo



Le volví a escribir a mi tía. Por aquí estamos bien y tú cómo estás, un formalismo para preguntarle por mi primo. Desde hace unos meses le escribo con cierta frecuencia para que me cuente qué tal le va a Arturo y ella siempre esquiva la contestación. Sus mails son concisos y sólo habla de sus nietos, los hijos de mi prima. Comienzo a sospechar. Nunca dice nada de él, pero yo sé que sigue viviendo con ella aunque ya se acerca a los 40.
Hace unos años Arturo me escribió la última carta suya que he recibido. Siempre en papel y por correo postal, su letra temblorosa y sin comas me decía:
Estoy harto de ver cómo la gente que me rodea en esta ciudad quiere ser auténtica pero todos usan zapatos.
Pero luego me decía: nos hemos ido lejos y siguen persiguiéndome.
Mi tía emigró con mis primos después de su divorcio. Arturo tenía 18 años y Elisa, 16. Yo tenía la edad de mi prima. Ambos tratábamos a Arturo como si fuera el hermano pequeño. Crecimos juntos, vivíamos en el mismo edificio. Gabito solía burlarse de él, que no chistaba. Una noche encontré a Gabito en una fiesta de mi antiguo barrio. Se acercó a hablarme y le interrumpí: ¿Cómo dices que te llamas? ¿Gabriel? Sí, yo vivía en el bloque, pero no me acuerdo de ti, quién eres, me acordaría de tu cara, tienes una de esas caras de ¿Arturo?, ¿qué Arturo?
Esa noche que negué a mi primo comencé a acordarme de él. Cuando se marchó ni siquiera lo extrañé. Me despedí como si lo fuera a ver al día siguiente. Después me sentí aliviado; ya no tendría que defender sus alegatos contra Yordano: cantautor es aquél que no tiene voz para que le llamen cantante; yo no voy a mover un dedo es el himno del imbécil, y cosas que nadie, ni siquiera su hermana, podía escuchar sin querer escupirle. En esa época la radio emitía a Yordano cada cuatro canciones. Un fenómeno que no se había visto desde los Bee Gees.
No sólo nadie le perseguía; nadie se quedaba cuando él llegaba. Ni siquiera mi prima; sólo yo, que me quedaba allí porque era igual escucharle sentado en el muro del patio o en el sofá de la casa de mi tía. A Arturo no parecían importarle aquellas huidas. Le notaba nervioso cuando alguien se acercaba. Mi madre me pedía que tuviera paciencia y le ayudara en lo que pudiera. Pero en junio, cuando repetía el año escolar o le aprobaban con la condición de cambiarlo de colegio, mi madre repetía aquello de las malas influencias.
Mi primo Arturo me contó que cuando comenzaba a sentirse bien en un instituto, descubría que alguien lo acechaba en el portón del instituto.
¿Quién?
Alguien
¿Cómo es?
Como todos ellos
¿Quiénes? ¿Quiénes son ellos?
Esos, los de siempre.
Estudiaba, eso sí, en casa, de donde salía muy poco. Llegó a recluirse. Decía mi tía que el único contacto con el exterior era yo. Arturo me llamaba todos los días. Me hacía análisis sesudos de cosas que aquí no interesaban a nadie, sólo a él.
¿Viste lo del Windows en quechua?
De qué me hablas
El problema no está en el idioma del programa sino en el acceso a la tecnología
No sé de qué me hablas
Que hubiera sido más eficaz que el gobierno gastara ese dinero en ordenadores y conexión WiFi
No te sigo
Que optara por el software libre.
Arturo salía de casa sólo si yo se lo pedía. Medía casi dos metros pero yo sentía que buscaba mi protección. Yo no creía poder defenderlo jamás pero quería ser un testigo en caso de que algo sucediera: siempre decía que algo le pasaría.
Mi madre le decía a su hermana que llevara a Arturo a un especialista. Al final, mi tía recurrió al psicólogo. Le recetó pastillas, a mi primo y a mi tía que no paraba de fumar. A ambos se les pusieron los ojos más oscuros y las mejillas más coloradas.
Con las drogas mi tía se enamoró de un compañero de trabajo y mi primo terminó el parasistema en un año, ya no daba giros intempestivos al caminar y dejó de llamarme. Algunas veces le veía sentado en el muro del edificio, alejado de los demás, y me acercaba:
Qué haces –me preguntaba.
Ahora nada
Has ido al cine
Últimamente no, estoy ahorrando –respondía yo.
¿Y no temes que te maten?
Arturo sí que temía. Cuando el día de la partida, subía al taxi que los llevaría al aeropuerto me dijo: si llego a subir al avión, sabrás que he ganado. Pero después vino su primera carta, con un pulso que todavía podía controlar y con los signos de puntuación completos: Aquí no hay uno nada más, hay muchos, todos iguales, de un color repugnante. No sabía si se refería a los rubios típicos del norte o a la gente que le perseguía. En otra carta me contó que había conocido a alguien, que la quería, que se declararía pronto. Dejó de escribir. Los visité. Elisa, que ahora se hacía llamar Laisa, me recogió en el aeropuerto. Ella me dijo que ya no tenía problemas con el idioma, que incluso soñaba en inglés. Le pregunté por Arturo. Parece que hubiera nacido aquí, me dijo, ya lo verás. Supe por qué nunca me atrajo mi prima: tenía el mismo rostro que su hermano, sólo que ella no solía agrandar los ojos, como si intentara expulsar los globos oculares de su sitio.
Me alojé en casa de mi tía, que adquiría un tinte rancio en sus mejillas. La primera noche nos quedamos hablando, hacíamos tiempo para que llegara Arturo.
El invierno
Es horrible no me acostumbraré nunca
Ni yo
El único que lo lleva bien es Arturo
A veces sale sin abrigo
Una vez casi se congela
Les pregunté si a veces salía sin zapatos.
¿Estás loco?
No podría dar ni un paso
Tienes que vivir lo que es estar a veinte bajo cero
A Arturo recién lo vi una semana después de mi llegada. Dijo que el trabajo le tenía muy ocupado. Cosía ropa para el teatro, encargos. Le iba bien. Tengo mis cosas aquí, no quiero que mi madre se sienta sola, pero prefiero dormir en hoteles, siempre en uno distinto, me dijo Arturo.
¿Temes que te maten?, le pregunté.
No respondió. Se levantó y sacó su bicicleta.
Ven, ahí está la bici de Elisa; vamos a dar unas vueltas
Entramos a un parque y Arturo enrumbó por en medio del bosque de pinos, donde no había camino.
Es el único sitio donde hablar sin que nos escuchen
¿La gente de siempre?
Ellos sabían que vendrías y vigilaban la casa
Me contó que habían secuestrado a la mujer que amaba, que la policía le interrogó, que nunca la encontraron.
¿La mataron?
Nunca me amó. Convivió conmigo porque ella era uno de ellos, sólo quería información. Cuando la consiguió cambió de identidad y, mucho me temo, de rostro. Y tenía la cara más hermosa que puedas imaginar.
Seguimos pedaleando y no me contó mucho más. Parecía afligido. Nos internamos en el bosque que parecía conocer muy bien. Quería reiniciar la conversación, traté de bromear
Buen sitio para enterrar a alguien
No respondió. Le pregunté:
¿Recuerdas a Gabito y la gente del edificio?
Incluso puedo olerlos
¿En sueños?
Cuando simulan que no me conocen y me miran de reojo
¿Aquí?
A donde quiera que voy
Los días siguientes salí mucho con mi prima. Conocí a su pretendiente y a dos de sus amigas. Me invitó al estadio y al Hard Rock. Me sorprendí con las enormes propinas que dejaba y con la gentileza que tuvo al permitirme revisar mi buzón electrónico en su ordenador. Pero Arturo se ausentó varias noches, hasta que lo encontré en el quicio de la puerta del cuarto de Elisa. Yo navegaba por internet.
Algún día te arrepentirás de usar eso
¿Nunca te conectas?
Jamás
¿Ni siquiera tienes cuenta de correo?
¿Para que sepan también lo que pienso y lo que siento?
Hay formas de protegerte con claves y software
Sé que nada de lo que pueda aprender superará el conocimiento que ellos ya manejan para someternos
La última noche, cuando mi tía estaba encerrada en su dormitorio, mi prima tocó mi puerta. Llevaba una camisa larguísima y las piernas desnudas. Yo veía televisión. Acababa de ducharme y me había rociado con colonia para niños. La usaba desde que vivía en el viejo edificio. Gabito decía que despertaba el instinto maternal de las mujeres y que lo confundían con el sexual. Decía que era un método infalible. A mí no me había ido mal con el truco.
Siempre has olido a bebé
No entiendo muy bien este programa
Es un concurso
Ya lo suponía
Mañana no te podré llevar al aeropuerto, pero Arturo dijo que lo esperes, que vendrá a despedirse.
Arturo llegó con un regalo, un gameboy con el juego tetris. Me dijo su récord y me conminó a superarlo. Nos abrazamos y salí a esperar el taxi.
Recibí algunos correos electrónicos de Elisa durante un par de años. Se casó en un campo de golf y se mudó de ciudad. Alejada de Elisa, mi tía se compró un ordenador y comenzó a reenviar chistes y noticias de periódico; a veces llegaba alguna foto de los hijos de mi prima. Yo solía borrar sus mensajes sin leerlos hasta que el recuerdo de Arturo comenzó a inquietarme. Le escribí a mi prima y a mi tía. Elisa no me contestó. Mi tía, sí: el fin de semana visitaría a mi prima. Le pregunté por sus Arturo y Elisa, que no había contestado mi correo. Mi tía me aseguró que Elisa cambió de correo cuando se trasladó de compañía, pero no me dio la nueva dirección. De Arturo no dijo nada. Volví a escribirle. Sólo le pregunté por Arturo, quería saber de su vida, cómo le iba. Dos días después, mi tía me contestó con fotos de sus nietos. Quería que me fijara en el parecido de los niños con mi prima; sus mismos ojos, su misma boca. De Arturo no dijo nada.
 (c) Doménico Chiappe

Madrid
España

Doménico Chiappe

Nació en Perú, en 1970, y se crió en Venezuela desde 1974, donde se
ejerció como escritor y periodista. Desde 2002, vive y trabaja en
Madrid. Es autor del ensayo "Tan real como la ficción, herramientas narrativas en periodismo" (2010), del libro de cuentos “Párrafos sueltos” (2003) --con el que obtuvo el premio de relato corto Ramón J. Sender--, de la novela
“Entrevista a Mailer Daemon” (2007) y de la obra multimedia “Tierra de
extracción”, elegida por Electronic Literature Organization (ELO) para
su antología ELC2, como una de las mejores obras de literatura
multimedia de habla no inglesa. Trabajó en el diario El Nacional y en
la revista Primicia. Fue director de la novela colectiva La huella de
Cosmos. Actualmente es coordinador editorial de La Fábrica Editorial,
y trabaja en un nuevo proyecto de literatura multimedia, aún sin
título. El último año ha dado conferencias en España (Festival Eñe de
Madrid e Interliteral de Jaén) Brasil (Instituto Cervantes de Belo
Horizonte, Sao Paolo, Brasilia y Rio de Janeiro) y Estados Unidos
(Universidad de Cornell) sobre literatura multimedia y los retos del
escritor frente al ciberespacio.
www.domenicochiappe.com





imagen:

Raphael Domingues
Sin Título
Tinta china sobre papel. 55 x 33 cm.
(de la muestra Imágenes del inconsciente, Fundación Proa)

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