Araceli Otamendi

(c) Araceli Otamendi


El perfume

Adriana se había despedido, ya, del cuarto marido. El último. Dijo que no quería casarse más. Cuando la conocí, integraba un taller literario. Era mucho mayor que yo. Esa mujer, Adriana, me intrigaba. Escribía, sí, escribía, pero escribía sus historias. Me divertía escucharla. Yo tenía otra opinión de la literatura. Una de las historias que más me divirtió, al escucharla, fue la del cuarto marido. Tenía tanta experiencia, Adriana, para una mujer joven, como era yo, cuando la conocí. Parecía que se las sabía todas. De la a a la z. Se conocía todo el diccionario. Pasaron los años y nos hicimos amigas. Ya ninguna iba a un taller literario. Yo los había recorrido a casi todos. Ella, los había abandonado. Las circunstancias de la vida o la vocación, hicieron que yo siguiera escribiendo y ella siguiera contando sus historias pero ahora, en confidencia de amigas.
Una de las historias de Adriana que más me divertía era la del cuarto marido.
Y sí, tal vez, a ella también. Un día, en su casa, había ido a tomar el té, me dijo con su voz casi afónica:

-         Te voy a regalar algo, es un recuerdo, sé que lo vas a saber valorar.

Intrigada, porque a ella le gustaba hacer bromas, esperé el regalo.

Después de algunos minutos de adentrarse en su habitación apareció con una caja muy bien presentada, nueva y me dijo:

-         Es el perfume que le gustaba a Carlos, es para vos, sé que te va a gustar, yo no quiero recordarlo más. Es imposible que me perfume con él, disfrutálo.

Carlos era el cuarto marido de Adriana, le gustaba que ella se perfumara con él. Era el perfume favorito de él y entendí, que era un perfume caro, de esos que se compran en el freeshop de los aeropuertos, porque sino, son imposibles de comprar. Abrí el frasco y me gustó. Se lo agradecí, pero le insistí que se lo quedara, era el aroma entre ella y Carlos.
-         Es para vos, me dijo . – Quiero desprenderme de ese perfume para siempre, nunca me voy a olvidar de Carlos, pero nuestra relación ha terminado.

Me fui de la casa de Adriana con ese perfume de una marca que seguramente, cotizaría en bolsa. Pensándolo bien, era un perfume demasiado caro, demasiado denso,  como para usar en un lugar donde hiciera frío, nevara, en Europa, algo así.
Cuando llegué a casa, guardé el frasco en un placard. Me pareció una ocurrencia humorística  de Adriana a quien, por su idiosincrasia, le gustaba reírse de casi cualquier cosa. A mí, también.
       Durante meses, el perfume estuvo guardado en el placard, sin usarlo. Pero, por una circunstancia que es mejor atribuir al azar, conocí al marido de Adriana.
       Carlos era un profesional serio, un economista con cierto renombre. Mis actividades profesionales me llevaron a consultarlo. Antes de hacerlo, llamé a Adriana y se lo comenté. Lo tomó con humor y me dijo:

-         No te olvides del perfume.

      Entré al estudio de Carlos con mi mejor sonrisa, llevaba puesto el perfume de Adriana, y la consulta que debía hacerle en mi mente.

     Me atendió primero la secretaria. Esperé unos veinte minutos. En ese tiempo no dejé de pensar en la consulta profesional que debía hacerle. Toda mi ropa estaba impregnada en el perfume de Adriana.
      Tuvimos una entrevista larga. Carlos me recibió y con mucha paciencia y profesionalismo atendió mi consulta. Me aclaró las dudas.
      Cuando salí del estudio, una sonrisa afloró a mis labios. El interés que había puesto Carlos en la consulta excedía el interés de un profesional como él. Y todo se lo atribuí al perfume.

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