Magda Lago Russo

Cándido Portinari




La vida nos da sorpresas…*

                                                                              
El avión surcaba el cielo con serenidad, el tiempo había sido favorable durante el trayecto realizado durante la noche anterior. Aun faltaban muchas horas para llegar a destino.
Las  nubes daban permiso al sol que con su luz parecía alumbrar la ruta marcada.
Algunos de los pasajeros dormían, de diversas formas, acomodando sus cuerpos  lo más placenteramente  posible, otros recostados en el asiento escuchaban,  auriculares mediante, la música de su agrado  mientras unos pocos perdidos en sus pensamientos,  miraban hacia el techo del avión.
Entre los que se perdían en laberintos mentales, estaba Jordan, había dormido a los tropezones, sintiendo entre sueños la voz melosa de la azafata que atendía las necesidades de los pasajeros que la reclamaban. Alejado de la realidad,  sus pensamientos, vagaban por los lugares ya lejanos, la campiña, donde crecían las vides y el trigo era movido por el  viento  en una danza de dorados y verdes.
El canto de los lugareños que volvían del campo, después de una jornada de sudor y arado, ellos sabían que los frutos iban a determinar la bonanza o la pobreza. Este año prometía  holgura, por eso la canción de los campesinos cansada y zigzagueante, entre los árboles del bosque se perdía a la distancia, hasta cuando el último de ellos se oculta, detrás de  la puerta del hogar. Mientras, el sol dormía tras los cerros, esperando una nueva mañana para desperezarse.
Recordaba la casa de piedra con la chimenea que humeaba sin descanso, el pan caliente y la comida a punto. Subiendo por el camino, veía la figura redonda de la madre esperando en la puerta, tomando el borde del delantal con los dedos. El comedor con la mesa tendida, al mediodía y por la noche, con el mantel de puntillas tejidas, lugar de reunión obligado para contar los hechos del día; el pasaje del arado en la parcela del sur, el ordeñe de las vacas, la fumigación de las plagas con el tanque al hombro que esparcía una llovizna celeste, que huía con la primera lluvia. El eco de las canciones  resonaba  en su mente  pues la nostalgia temprana subía a sus labios.
De pronto  como un torbellino se interpuso en su  memoria la época feliz de la infancia, cuando en la escuelita rural la “Señorita” les leía poemas de Antonio… “Pegasos  lindos pegasos. Caballitos de madera…" O “Platero y yo” de Juan Ramón.Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…”
Disfrutaba la lectura, hasta hoy recordaba algún fragmento, porque le gustaba  leer, aunque pocos libros llegaban a sus manos, sólo los prestados por la “Seño.”

Ya en la mocedad, un día, la monotonía se adueñó de él y comenzó a soñar con otros lugares más allá de las montañas y los mares.
Así fue que, decidió marcharse, cruzar el océano hacia una ciudad distinta, con gente diferente, donde los jóvenes creaban su futuro sin atarse a la tierra.
Esa tierra a la que los suyos, dedicaban su vida, día a día, con sol, con frío, durante las cuatro estaciones.
De la cual  esperaban  todo, sin embargo algunas veces,  les devolvía muy poco y en otras, les entregaba todo en un último esfuerzo.
Entonces volvía a empezar  el ciclo, creciendo y viviendo para ella, algunos años de escuela y luego a trabajarla.
La juventud pasaba entre la misa por la mañana del domingo, el paseo por la plaza o ver alguna película en la tarde, esperando al lunes para quitar las malezas, labrar o cuidar los animales.
Por eso, una noche durante la cena, dijo en voz baja y sin pausa:
 - Me voy a otro país.
La sorpresa fue grande, los hermanos rieron nerviosos, la madre sollozó y el padre mirándolo serio con un rictus de amargura, preguntó:
-¿Usted sabe lo que va a hacer?
Tras su pregunta, un silencio pesado que no esperó respuesta:
- Si es así ¡váyase!.. No olvide que aquí queda su familia.
A la semana, colocó algunas prendas de ropa en la maleta, separó unas  fotos, dos libros amarillentos  y con los documentos en el bolsillo, se fue sin mirar atrás.
No quiso despedidas, sabía que iba a renunciar, ante las lágrimas de su madre, se mordió los labios al subir al avión, la angustia le cerraba la garganta, a pesar de todo siguió con la cabeza en alto, había dado el primer paso hacia una nueva vida.
Llevaba consigo, sus raíces, dejaba su pueblo, su cultura, su patria, no le quedaba mucho.
Ahora estaba a diez mil metros de altura.
Pasarían muchas horas, para volver al suelo firme,   Arribaría al aeropuerto de la ciudad que había elegido con  los ojos nublados de ilusiones y los puños cerrados para transmitirse fuerza.
Se opuso a todo, a la familia, al amor, para concretar sus sueños de futuro, trabajar, estudiar música, tenía tan sólo veintiún años En el momento de descender,  llegaría a lo desconocido e incierto.
Ya no importaba nada, no tenía tiempo para pensar en el pasado, debía enfrentarse a la realidad del presente, el comienzo de una vida nueva.

Hacía rato que el avión había iniciado  las maniobras de aterrizaje en un cielo despejado.
Jordan se mantenía en su asiento y observaba ahora a otros hombres que reían y conversaban en voz alta, mientras sus mujeres permanecían aun bajo las mantas.
El ruido de los motores apagaba un poco sus voces.
La gente mayor, recogía sus pertenencias presurosas por descender, algunos niños adormilados trataban de despertarse ante la urgencia de  los padres.

Jordan al igual que otros jóvenes viajaba solo, su aspecto era agradable, mediana estatura, cabello negro ensortijado y brillantes ojos verdes que no perdían detalle de lo que sucedía a su alrededor.
No sentía  prisa por bajar.
En ese instante, el comandante anunció en tres idiomas diferentes el inminente aterrizaje.
Descendió, junto a los otros pasajeros, entró al edificio del aeropuerto, se sintió confuso al ver cuánta gente transitaba, llegando y partiendo a la vez.
Se acercó a un funcionario para que le indicara a dónde debía dirigirse y fue al mostrador pertinente, llegado su turno, entregó al empleado los documentos pedidos.
El empleado le preguntó, si al cabo de un mes se volvería a su país de procedencia, éste contestó  que venía a quedarse, para trabajar.
Sin darle explicaciones lo hizo ir a una fila donde otras personas esperaban.
Pasada media hora, llevaron  al grupo a una oficina y les hicieron entrar de a uno, para explicar todo de nuevo, de  nada sirvió ya que de ahí los derivaron a otra sala.
Posteriormente ingresaron los demás, el grupo permaneció   encerrado cinco días, casi sin comer y con la promesa de que un abogado los ayudaría.
Jordan no se imaginó nunca que esto le iba a suceder, no entendía el porqué, su mente entró en un gran caos, nadie tenía una explicación de la situación.
Aunque todos hablaban la misma lengua.
El abogado  llegó al tercer día, no hizo nada por ninguno de ellos y les dijo que serian devueltos al cabo de dos días a su país.
Jordan sintió de pronto que estaba viviendo una pesadilla ya que  la realidad se presentaba como tal.
El había leído en los periódicos que llegaban a su pueblo, sobre los derechos humanos que poseían las personas como tales.
Había oído, que en la época de sus ancestros, los inmigrantes llegaban a forjar naciones, ideando un crisol donde los colores y las lenguas no tenían la menor importancia.
Nunca les prohibieron vivir en el país elegido.
Desembarcaban en un país ávido de mano de obra, que contaba, de pronto con amplias zonas de su territorio desiertas, que poblaban con chacras y quintas ya que la mayoría provenía de las zonas rurales.
No solo traían consigo los hábitos de trabajo, sino también acervos culturales que contribuyeron junto al elemento del país, a conformar una identidad.
 Ser inmigrante significaba para Jordan, dejar parte del corazón en la tierra de origen y sobretodo a seres como sus padres que lo habían dado todo, para  que su hijo fuera un hombre de bien.
En su mente fomentaba la fuerte ilusión de que en otro lugar se podían realizar sus sueños, una vida digna con posibilidades de superación.

Pasado los días, los llevaron a los aeropuertos custodiados como malhechores en carros policiales.
Jordan se sentía muy mal cuando subió al avión, una mezcla de rabia, pena e impotencia  lo dominaban.
Trató de ocupar un asiento solo, no quería hablar con nadie.
En pleno vuelo, miraba por la ventanilla, las nubes ligeras pasaban  como acompañándolo.
Cerró los ojos, deseaba dormir para olvidarse por un momento de lo ocurrido.
No podía conciliar el sueño, su cuerpo demasiado cansado, se sentía  mancillado, como un reo que iba al patíbulo, miles de emociones recorrían su mente.
¡Qué sorpresa la de su familia al verlo volver!
Él contaría la verdad ¿Le creerían lo sucedido? Sabía que  sus seres queridos, no pondrían en duda  lo ocurrido.
Sus amigos pensarían acaso que se había arrepentido y contaba ese hecho insólito para no demostrar su frustración e inseguridad al llegar a una ciudad desconocida.
Muchas preguntas quedarían sin respuesta para él.
¿Cómo sería la ciudad elegida?
Antes de alzar el vuelo, en su mente llevaba una ciudad sin figuras y sin forma, una ciudad viviente que también conocía de partidas y retornos.

Al descender en el aeropuerto de su país, se encontraba agobiado.
Ya no luchaba contra la fatiga, trataba de relajarse, induciéndose al abandono y a la irresponsabilidad.
Empezaba otro viaje para llegar a su pueblo, una peregrinación sin fe y sin fervor.
No pasaría mucho tiempo en que volvería a irse, porque en su mente ya estaba grabado el deseo de cumplir sus sueños lejos del pueblo.
Habían renacido en él la fe y la esperanza, aun con el corazón lleno de tristeza.
Sabía que no iba a ser fácil.
Lucharía por su porvenir en otras tierras, no tenía dudas que con ahínco y tenacidad lo lograría.
Soñaría en algún instante en el país elegido, como todo inmigrante, de regresar junto a los suyos, llevando en sus ojos otros horizontes.
En ese momento,  sólo  añoraba un lecho, donde encontrar el reposo del viajero mientras su espíritu comenzaría otro viaje, en cuyo diario, el destino  escribiría  sus páginas.

(c) Magda Lago Russo


Montevideo, Uruguay

*Cuento finalista en el concurso Historias de inmigrantes

                                                                                

Magda Lago Russo: Nació en Montevideo -  Uruguay. Químico Farmacéutica. Co-Fundadora del Taller de Creatividad Literaria “La aventura de escribir” de la YWCA Costa de Oro (Uruguay).Incursionó en talleres literarios y clubes del libro Ha escrito una novela grupal:”Las cuatro estaciones”, Novelas cortas individuales:”La caja de Nyco”, “De recuerdos y soledades”,”Todo tiene su tiempo”,”Mundos Diferentes” Revistas literarias.
Recibe dos menciones de honor: 1997 y 2006 respectivamente de la Revista “Xicóalt”(estrella errante)de la Organización Yage (Asociación pro Arte, Ciencia y Cultura Latinoamericana) de Salzburgo por Trabajos sobre temas ecológicos..


imagen:
Cándido Portinari
La cosecha de trigo
(de la muestra en la Fundación Proa)

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