Carlos Meneses
Yo no soy Ingrid
Tiró el bolso sobre la cama con movimiento fatigado. Se quitó los zapatos sin emplear las manos y descalza fue hasta la otra habitación que carecía de puerta y la separaba de su dormitorio una vieja cortina amarilla. En el camino hizo rechinar la cremallera de su falda y quedó al aire un trozo de su muslo lleno y el perfil de su braga negra. Se soltó el pelo rubio que le llegaba a los hombros atado a la nuca con una cinta roja. El muchacho que estaba en la otra habitación dejó de leer un instante, la había visto correr la cortina pero no había respondido el saludo de ella . Levantó la vista con lentitud, parecía que sus ojos se hubiesen despegado con esfuerzo del libro que leía y luego volvió a sumergirse en los centenares de páginas sobre Derecho Penal. La luz de un pequeño cenital caía de lleno como una enorme moneda de oro sobre la mesa, iluminando manos, ejemplar y papel para apuntes.
La mujer revoloteó sin prisas pero con agilidad en torno al estudiante. Parecía querer hacerse notar y a la vez no interrumpir la lectura. Lo besó dos veces, la primera sobre el pelo, la siguiente en la mejilla. El nuevo beso fue bastante más largo, no mudo como el anterior, tampoco de una sonoridad escandalosa. El dejó que en su rostro apareciera un atisbo de sonrisa de escasa duración.
-Nunca más me dejes sola los viernes – le pidió ella volviendo al dormitorio -, los otros días no importaría tanto –, se sentó en el filo de la cama y empezó a darse masajes en los dedos de los pies con aire de infinito cansancio.
-Estuve a punto de soltar un sí. ¿Qué hubieras hecho si no hubiese vuelto esta noche? – se volvió a sentar siempre al borde del cama. Siguió hablando con la mirada puesta en la luz que desdibujaba la cabeza del estudiante -, era un hombre fuerte, de esos que dan seguridad, ¿sabes?. Además, no era tosco, despertaba simpatía, estaba bien vestido y hasta olía bien. Fíjate cuantos puntos a su favor.- Se quitó la falda y la blusa. Sus brazos y piernas eran fuertes, muy blancos. Las caderas ligeramente anchas conjugando con su edad. - La última vez que no volví a la hora habitual te molestaste. ¡Qué tontería!, pero me gustó tu cólera -,soltó una carcajada sin estruendo que duró un instante.
-Otro quiso invitarme cava y estuvo a punto de bañarme con ése líquido verdoso que no me gusta –, le contó con los labios pegados a una oreja del estudioso y con un susurro de voz -, lo rechacé por supuesto, era horrible. Bajito, rechoncho, con unos pelos grasientos, sudaba como un diablo y olía a cerdo podrido –, le hacía guiños y gestos de evidente coquetería.
-Si me contaras qué repertorio hizo sonar hoy el Viejo Azabache, me ayudarías a disfrutar de un pequeño recreo y luego seguiría estudiando – una voz sin matices. El cansancio parecía adormecerlo dando la sensación de que en cualquier momento podría quedarse dormido.
-Todo fue música afrocubana – le dijo elevando algo la voz y echando las cenizas del cigarrillo en un cenicero de latón que había en la mesa de noche – el Viejo cantó un bolero precioso. Lástima que como siempre terminó a las doce y se fue. Luego del intermedio vinieron los otros, los bulliciosos. Rock a tope, y como si quisieran romper los tímpanos a medio mundo. No me quejo es ruido que aturde y eso es lo que yo necesito en las horas de trabajo, aturdirme.
- Te lo he dicho muchas veces. Me convierto en una parte de esa música ensordecedora y bailo como una loca. En cambio las melodías que canta Viejo Azabache me hacen tiritar de emoción, esas no se me meten en las orejas sino en las venas. Tú me dijiste que en esos momentos yo parecía una nota musical. Me pareció encantadora la comparación. No sabes cómo me sube el ánimo pensar que puedo ser una nota musical aunque sea por un instante. ¿Qué nota? A veces soy Re, otras Sí, me gustaría ser Do -, dudosa, algo decepcionada - ¿ me estás oyendo? – al no haber respuesta queda en silencio un largo momento.
La misma noche en que se vieron por primera vez decidieron vivir juntos. Ahora no le pregunta cuándo se examina, está enterada de la fecha desde una semana antes. Se nota que cada vez le cuesta más trabajo reanudar la conversación que en realidad es un monólogo a base de preguntas con voz extenuada.
En una esquina de la habitación está el toca discos. Busca minuciosa alguno. Suena la voz de un cantante de boleros, es una voz suave, la imagina como una caricia sobre todo su cuerpo. Baila casi sin mover sus pies descalzos del sitio que está pisando.
-¿Si apruebas qué harás luego? – Le ha temblado la voz al hacer la pregunta -, habrás concluido la carrera, – el miedo a la respuesta se le nota en el ademán que abarca toda su figura. -, ¿Te resulta difícil responderme? – aguarda con la boca entreabierta, parecería que le tiemblan los labios muy rojos.
Tarda en llegar la voz del joven. La mujer estira una mano hacia él como invitándolo a bailar. Hay pereza en el muchacho para levantarse. Su cuerpo esmirriado no sigue el compás con la elegancia y fidelidad que ella impone. Lleva un pantalón corto que deja libres sus piernas delgadas y fibrosas. Bailan lentamente, sin que la conversación se interrumpa.
-Todo está conversado desde hace tiempo – dice al fin el muchacho que acaricia sin emoción uno de los senos de la mujer. La pregunta le ha hecho perder la fatiga que se empozaba en sus pupilas y clava su mirada en los ojos claros de la bailarina-, nada te puede coger desprevenida. No se trata de huir de tu lado.- Le acaricia casi por compromiso la mejilla. Luego baja hasta el hombro y desliza la palma por la espalda igual que si la estuviera haciendo resbalar sobre un espejo. La besa en el cuello sin excitarse y vuelve a su silla de estudiante.
- El compromiso era claro. Uno apoyándose en el otro, ninguno aprovechándose del compañero – está quieta, erguida, mira hacia la mesa del lector, que cada vez le parece más lejana. Como si alguien alargara la habitación y retrocediera la mesa hacia la pared del fondo - , sólo era un trato a plazo fijo, o sea un trato con final incluido.- El tono de amargura ha sido evidente. Esa regla debería aplicarse a todas las parejas del mundo. Nos unimos por dos, cinco, diez años – hace una pausa, le ha temblado la voz pero se recupera -, después de ese tiempo cada uno por su lado - ,fuerza una sonrisa que brota humedecida en tristeza.
No hay respuesta, aunque el joven la está mirando y ha olvidado el libro. Tampoco ha hecho ningún movimiento. Quieto, dubitativo, sin el menor aire de altivez o desagrado. Mira a su Venus con cuatro décadas encima de los hombros. A la que en los inicios de la convivencia le decía tiernamente, putuelita linda, sin la más mínima intención de ofensa. Su mirada no niega agradecimiento. Tampoco olvida las emociones, los deleites, hasta los delirios vividos junto esa figura que ha comenzado a perder elegancia, ensanchado desagradablemente y ya sin la flexibilidad de antes.
El debe pensar: esta Ingrid no es la misma que conocí hace cuatro años en el Zeppelin. Bailaba junto a media docena de chicas sonrientes y generosas en la exhibición de sus cuerpos, no siempre afortunadas en sus movimientos al compás de la música frenética.
-Te repito – dice de pronto él – no huyo de ti. No me alejo feliz como si saliera de una cárcel. No han sido años de cautiverio. Simplemente es un compromiso que llega a su final –, habla pausadamente, sigue con atención el ir y venir de ella alrededor de la cama. La ve sentarse como una derrotada y sabe que ya no es la fatiga del trabajo – ¿Ingrid, me estás oyendo? –, inquiere con énfasis.
-¡No me llames Ingrid! – interviene enérgica – ese nombre no es para ti. Es para los demás. Soy Manuela. Manola, Mani como me empezaste a llamar. Manilla como me llamó el que te antecedió y estudiaba medicina o Nuly, como me llamó el que hizo la carrera de arquitecto, un ingrato, nunca vino a visitarme, ni me mandó una triste postal, como si no tuviera el título gracias a mí -, queda muda y cabizbaja unos momentos.
Sabe que el sueño no va a llegar después de esa fría conversación pero sí está segura de que él aunque tarde vendrá a la yacija. Lo esperará, una, dos horas. Tal vez más.
-¿Nos despediremos con una fiesta? – pregunta lánguidamente ella.
-No, no nos despediremos.
-Una noche volveré del cabaret y ya no te encontraré?.- Parece al borde del sollozo.
-No hablemos de eso, dejemos que suceda.- Apaga la luz que cae sobre su mesa de estudio.
© Carlos Meneses
Acerca del autor:
Carlos Meneses nació en Lima, Perú. Ha vivido fuera del Perú en : Buenos Aires, Santiago de Chile, Barcelona, Madrid, París, Aix.-en – Provence, Berlín y Palma de Mallorca. Vive en En Europa desde febrero 1961, en Mallorca desde diciembre de 1963. Profesiones u oficios: escritor y periodista. Los ha practicado en Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Marsella, Madrid y Palma de Mallorca.
De los 28 títulos publicados destacan las novelas : “La muchacha del bello tigre” (Gijón 1983).
“Bobby estuvo aquí” México DF 1989. ( Segunda edición, Lima 2006) “El amor según Toribia Ilusión” Barcelona 1993. “Huachos rojos”, Lima 1996, segunda ed. 2005. “A quién le importa el prójimo”, México DF 2000 . “Edén Moderno” (premio Ciudad de Valencia) 2003 y “El héroe de Berlín”, Lima 2006. Y los ensayos “Borges en Mallorca”Alicante 1996. “El primer Borges”, Madrid 2001. “Transito de Oquendo de Amat”, Las Palmas de Gran Canarias 1972. “Miguel Angel Asturias, poeta” Gijón 1975. “Rubén Dario en Mallorca”, Palma de Mallorca 1993.”Seis y seis” (cuentos) México DF. 1980.
Premios : Nacional de teatro del Perú por “La noticia” 1958. Premio Inca de periodismo, Lima 1959. Insula de poesía, Palma de Mallorca. Periodismo literario, Cádiz l987. Premio de novela Ciudad de Valencia, 2002. Ciudad de Peñíscola de cuentos, 2006.
imagen:
Francis Bacon
Dos figuras con un mono
Col. Museo Rufino Tamayo
(de la muestra en la Fundación Proa)
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