Araceli Otamendi - Guten Tag*



Guten Tag*

Guten Tag  fue lo que me dijo la mujer sentándose frente a mí, en el barco al que subí aquella tarde gris de un domingo de octubre en el puerto de Hamburgo.
La neblina empañaba los vidrios de las ventanas sumándose a ella el aliento de casi quinientos pasajeros.
Me embarqué sin saber el rumbo que seguiría porque lo que me importaba esa tarde era acortar las horas que me separaban de Martín. Sentada frente a mí la mujer anciana me miraba, le sostuve la mirada. Le calculé la edad, tenía la piel muy arrugada, estaría cerca de los ochenta años. Observé su pelo blanco bien peinado cubierto por un sombrero marrón, hacía juego con su impermeable de buen diseño, no le restaba atención al aire serio, casi severo de la mujer.
Las manos juntas como los dedos entrelazados ofrecían una imagen caprichosa tal vez imaginada por un escultor.
Me distraje mirando al hombre que vendía los boletos y luego los reclamaba, con su uniforme azul y esa cara de piedra cuyos músculos se movían apenas. Iba y venía por cada fila de asientos hasta que la sirena del barco señaló la partida.
Mientras nos desplazábamos sobre las ondulantes aguas crecidas a causa de la tormenta que se anunciaba sobre el río, aparecían sobre una loma cerca de la orilla casas de estilo parejo, pintadas en colores pastel, armonizaban con el resto del paisaje de tonos donde predominaban los  verdes.
Algunas luces encendidas dentro de las casas y el contraste con la claridad del día me trajeron la imagen de un cuadro de Magritte.
Cada tanto el barco se detenía en muelles de madera ubicados a lo largo de la costa para acercar a los pasajeros a su destino. Pocos eran los que subían. Había adentro un olor mezcla del aliento de tanta gente con el que emanaba de las botellas de cerveza destapadas, convertía la atmósfera en algo insoportable.
Por un momento quise bajarme, todavía no me había levantado de mi asiento cuando el hombre del barco que vendía los boletos ya cerraba las puertas.
El agua golpeaba fuerte y el ruido sordo de los motores contribuía a que me adormeciera. Fue entonces, como en un sueño, que escuché la voz de su madre:
             - "Primero está la Patria" - dijo y después agregó: - Cumplió su deber, es un héroe. Enterrado en Malvinas, no nos pertenece ni a vos ni a mí".
               Era la voz de la madre de un soldado muerto en la Guerra de Malvinas, me contó la historia, sus palabras volvían.
               El ruido de los motores anunciaba que el barco había cambiado el rumbo, entonces me di cuenta que regresábamos  por la costa de enfrente.
                La tarde fue cediendo el paso a la noche y cubría con un manto de tristeza los galpones cerrados, no sabía descifrar a qué correspondían, estaba de paso, no conocía los códigos de ese país ni de sus paisajes.
                 Había en el aire un tono gris que hacía el paisaje más meláncólico. Los ojos grises y apagados de la mujer sentada estaban clavados en mí. Nuestras miradas se cruzaron varias veces y en un pausado inglés se fue armando el relato. Recosté la cabeza en el asiento y como quien se dispone a escuchar una confesión dejé que el discurso fluyera. El marido, ausente durante la guerra, la soledad, la destrucción, el miedo y no sólo la muerte. Rehacer la vida o lo que queda de ella con otro, fue como comenzar a vivir sin un brazo y luego todo se quebró, la aparición del primero surgió como un fantasma encadenado, la locura, el querer destruirlo todo, y escapar para salvarse, correr, dejar todo.... No era la primera vez que una viuda de guerra, desde que estaba en Alemania, me contaba su historia. Había muchas viudas de guerra en esa ciudad, paseaban juntas, tres, cuatro, cinco mujeres, a veces iban del brazo, a veces me paraban por la calle y me contaban su historia.
                 Al terminar el relato, en la cara de la mujer, ni siquiera sabía su nombre ni ella el mío, no había lágrimas. Tal vez ya había llorado demasiado ¿Cómo explicarle a la mujer que lo que acababa de contarme no me espantó, y que además esa historia de guerra era también parte de la mía? Que todos en mi país habíamos vivido la Guerra de Malvinas.
                 Ya era tarde, se vislumbraban las luces del puerto. El ruido había cesado y no quedaban muchas personas en el barco. Nos despedimos. Ella caminó hacia la puerta, después se perdió entre la gente que bajaba.

(c) Araceli Otamendi

El cuento *Guten Tag fue escrito en Buenos Aires, en 1987, inédito hasta ahora.


                         

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