Erasmo Sondereguer

Enzo Cucchi



 Siempre


Una de las cosas que más te gustaba, era la calesita, y en ella: el caballo blanco. Montabas en él y te sentías reina. Yo cabalgaba otro. Subíamos y bajábamos, subíamos y bajábamos.
Eramos niños y nos llamábamos novios. Eras adorable. Pícara y sonriente. Me hacías enojar por cualquier motivo y luego te me abalanzabas, llenándome de besos.
Cuando me enteré, me puse furioso. Sé que lloraste y que tus súplicas fueron en vano e inútiles tus lamentos.
Te llevaron tus padres. Lejos te marchaste. Y la angustia se apoderó de mí. Lloré. Me hice retraído y malo. Me la pasaba peleando casi continuamente. Eso me sirvió. Llegué a ser líder. La barra me seguía. Me respetaban, asustándose ante mí. No perdonaba ni a los traidores ni a los flojos.
Conocí otras chicas. Supe que hubo peleas entre ellas, por conquistarme. Cuánto me halagaba eso.
Pero se terminó. No se como me di cuenta. ¿Adónde me llevaría, esa vida de   matón y macho bravío? Ser hombre no significa avasallar y eso era lo que yo hacía. Poseía poder y presentí adonde me podría llevar.
Decidí marcharme. Tenía dieciocho años y ganas de encontrar lo bueno de mí mismo. Quería moldearme. Ahora parecía escuchar las buenas palabras de los viejos. Ellos sabían y yo fui pedante.
Me gustaban los coches. “Seré mecánico.”, me dije.
¿Sabés?, siempre te he recordado. Y serás, siempre, lo más bueno de mi niñez.



- Venga por la tarde. Lo tendré listo. Haré un cambio de bujías y arreglaré el carburador.
  Estuvo pensando en ellos toda la mañana. Mientras colocaba las bujías, trataba de...
    - A mí me ocurrió lo mismo. Finalmente, supe que eras vos.
    - Tus ojos. Ellos te delataron.
    Su sonrisa era la misma.
El manejaba el coche de ella. Habían salido para probarlo. En el silencio, ambos se unían. Dos niños estaban allí o dos niños vivían en ellos. Y dos adultos revivían.
El detuvo el automóvil. Se contemplaron y sonrieron. Bajaron. Las manos se juntaron sin decirlo. Caminaron despacio. A unos metros del borde, detuvieron su marcha. Los cerros, enmarcando el fondo. En la profundidad: maleza y un arroyo, vertiéndose desde lo alto. Las pulidas piedras, reflejaban el sol.
-¡Qué bello hubiese sido, tener en nuestra niñez, un escenario así!
    - Es cierto. Pero lo tenemos ahora y los niños pueden divertirse aún.
    De nuevo su sonrisa y una risa suave.
    Al erguirse, se encontraron.
   La habitación era amplia. Habían apartado las sábanas por el calor.
   - Me separé. Sus negocios eran más importantes para él.
   - Creo que te amo.
   - Dicen que no se vuelve nunca, pero yo siento que hemos retornado.
   - Seguiremos juntos.
   - Debo irme.
   Ella se había ido. El estaba seguro. No podía ser de otra manera. No hubo retorno, era la continuación. Dos adultos, pero también, dos niños. Y el sabor dulce no se agriaba, ni se volvía hiel. Era una continuación que no sufría rotura.  Ambos lo sabían. Sobre dos caballos, volviendo al mismo lugar, sin ser el mismo. Y ahora, en un camino de montaña, siguiendo a un arroyo, que se hará río.

(c) Erasmo Sondereguer

México


Erasmo Sondereguer nacíó en la ciudad de Buenos Aires, Argentina,  el 29 de octubre de 1939. Publicó un poemario en 1970: Canto y Realidad.  Y una novela, en 1994: Regresa para Regresar. Por Internet, en revistas y diarios, poemas, cuentos y otra novela: Expiación, editorial elaleph. También publicó  en una revista y dos periódicos de México donde vive actualmente. 



imagen:
Enzo Cucchi
Il Re Magio, 1986
carboncillo sobre papel sobre madera, plomo, fierro y resina
cm 376x133
Colección Silvana Stipa, Roma

                                                                                  
                                                                                                 




























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