Magda Lago Russo



Con la miseria a cuestas
                                                     


Alejo había llegado al Pueblo de la Caridad cuando la muerte de sus padres y el abandono de sus hermanos lo hundieron en la soledad. Su vida no fue nada fácil, la vida en su casa se tornaba imposible el padre no entendía que sus quince años afloraban plenos, deseando salir de ese entorno que lo asfixiaba.
Veía pasar los días iguales salir a la madrugada en el carro, recoger la basura.  Regresar. Clasificar durante cuatro o cinco horas. Por un lado el papel, por otro los plásticos, los vidrios más allá y la comida para el caballo.
Ellos comían lo que le dejaban los panaderos o la verdura de los puesteros de las ferias. Alejo rechazó siempre el olor a la basura que se le metía por las manos y le impregnaba la piel.
Desde los ocho años, el mismo trabajo, levantarse con el sueño aún cerrándole los ojos, vestido, para no perder tiempo, mientras sus hermanos menores dormían apretados en la única cama junto a la madre. Cuando comenzó a ir con su padre no entendía mucho el porqué de esa vida, de comer una vez al día en el comedor de la escuela, algo de leche por la mañana dormir temprano por la noche, para salir al amanecer.
Fue creciendo, viendo como cada año, el rancho se achicaba, con la llegada de otro hermano. Se vestía con lo que encontraba, el tiempo le alargó las piernas y le acortó el pantalón.
Peleaba  a diario con el padre para que lo dejara buscar otro trabajo, él le respondía que era el mayor  y debía trabajar para la familia junto a él. Por eso una noche,  mientras todos dormían se fue del hogar. Caminó durante días y supo que había otros lugares donde vivir, con casas de ladrillo, jardines donde los perros no se mezclaban con la basura y los niños no corrían detrás de un carro en la madrugada.
En esos días durmió en los bancos  de las plazas, se hizo amigo de los muchachos malabaristas de los semáforos.
Comía los restos de comida de los bares y pizzerías.
No pensaba en volver, la falta de alimento y  las peleas con su padre,  lo colmaban de rebeldía.  Sin embargo, pudo comprobar que fuera de su entorno no había nada mejor para él, sólo tenía libertad  para ir de un lado a otro sin oir los gritos de su padre.
Pensaba en su madre, no quería hablar con ella le ablandaría el corazón. Una de esas noches que deambulaba por las calles del centro sorprendido por las luces multicolores de los letreros, no se dio cuenta, cuando  un policía lo tomó del brazo y lo condujo a la comisaría. Asustado y acorralado por las preguntas contó  donde vivía, al otro día el policía lo devolvió al hogar. Después de la fuga, soñaba con cumplir dieciocho años e irse para siempre, pues con su padre nada había cambiado al contrario se  ensañaba  más con él. Durante los tres años que  le faltaban para que su sueño se cumpliese varios sucesos cambiaron su vida, primero la muerte de su padre, más tarde la su madre, sus tres hermanos fueron llevados a una dependencia para menores, ya que él no podía hacerse cargo. Quedó solo sin tener adónde ir.. No tenía oficio, había terminado la escuela a los apurones porque se necesitaban manos para trabajar. Recorrió algunos lugares marginados de la ciudad, no le gustó nada lo que vio, niños descalzos y sucios jugando entre la basura, viviendas hechas de cualquier material cartón, nylon, algo de madera, chapas, en realidad no eran viviendas sino pequeños refugios para cobijarse del frío y la lluvia, la miseria rondaba por todos lados, el era pobre, allí  sería miserable. Fue así que llegó al “Pueblo de la Caridad”  unas hectáreas de tierra  y a lo lejos un pequeño arroyo de dudoso color,  en una pequeña parcela, después de unos “trámites pertinentes” lo ayudaron a levantar una pieza con materiales sobrantes, la gente fue solidaria, tenía tan solo dieciocho años y  una mirada clara. Parecía “buena gente”
Buscó trabajo caminando bajo el sol del verano que quemaba la piel y la lluvia que se secaba en su rostro el círculo se iba cerrando, tenía que subsistir, al final, construyó un carrito y  volvió a clasificar residuos, era lo que sabía hacer.

(c) Magda Lago Russo
Montevideo, Uruguay

Magda Lago Russo es una escritora uruguaya

imagen:

·         Adriana Bustos
Objets in mirror are closer than they appear, 2005
Fotografía, 82,3 x 129 cm.

(de la muestra Macro en Recoleta, un cruce de miradas. Sala Cronopios, 2006)

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