Paulina Juszko

Ueno, S/T



LOS  DERECHOS  DE  UN  HOMBRE


   Como todos los domingos, Eugenio va a pedir que me apure con los ravioles porque a las 3 tiene el partido con los muchachos del club. Porque yo todavía le hago los ravioles amasados, como mi mamá y mi abuela. Y como mi suegra (que Dios la tenga en el infierno), y que él no se priva de recordarlos poniéndolos por las nubes… Las tradiciones hay que conservarlas, me parece, si no se pudre todo. Que es lo que está pasando ahora, se ve cada cosa en la tele, los hombres se casan entre ellos ¡qué horror!, se besan en la boca en pleno horario de protección al menor… Esto de apurar la comida siempre trae problemas porque Javi y Tere recién se levantan a la hora que el padre sale para el club – claro, como se acostaron a las 7, 8 de la mañana… -- y hay que recalentarles los ravioles. Pero, bueno, un hombre que trabaja toda la semana tiene derecho a divertirse sanamente los domingos. La locura de Eugenio es el fútbol, desde chico. Menos mal que en casa hay dos televisores, si no, yo tendría que ver partidos todo el tiempo y habría llegado a odiarlo, al fútbol… y a mi marido. Los chicos están con la compu, por suerte se pusieron de acuerdo para usar Internet, antes vivían peleándose.
   ¿Y qué se le habrá dado por andar con un amigo tan joven, ése que lo viene a buscar los domingos…? Se ve que no tiene auto porque siempre van al club en el nuestro. Es un tipo pintón, pero le veo algo que no termina de gustarme, no sé qué. Y bueno, Eugenio me tolera algunas amigas – como Chelita – que a él le revientan… Hay que ser  equitativo, tolerante. Aunque hoy en día nos pasamos en eso de la tolerancia, sobre todo con los jóvenes que hacen lo que se les canta… y ahí está el resultado: un montón de drogadictos, borrachos y delincuentes, ¡en qué mundo nos toca vivir!
   Muy bien, el tuco está listo y ya pongo a hervir los ravioles…
-          ¡Euge! ¡Andá sentándote a la mesa, que sirvo en unos minutos! 
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   Qué costumbre rara ésa de darse piquitos entre los hombres. Hasta Eugenio – que siempre fue tan machote, tan viril – ahora se besuquea con ese amigo del fútbol, Marcelo. Y supongo que hará lo mismo con todos los del equipo. Yo no me puedo acostumbrar a eso, me da como asquito.
-          No seas obsoleta, Norma, ¿qué tiene de malo que los hombres se saluden besándose? ¿o el beso es patrimonio exclusivo de ustedes? Te cuento que los rusos siempre se saludaron besándose en la boca.¿Y no lo viste a Maradona…?
   Los rusos, los rusos. Es otra clase de gente, otra cultura. Entonces también tendríamos que tomar litros de vodka como ellos. Aunque los chicos de hoy lo hacen, hasta quedar tendidos en la vereda: vodka, whisky, caña, cerveza, vino, cualquier cosa, y mezclan todo en la jarra loca. Mejor no lo pienso, de sólo imaginar que mis hijos pueden hacer lo mismo, se me eriza la piel…
   Ayer miré un poco el video del último partido, lo filmó Javi con la cámara que le regalamos cuando cumplió dieciocho. Parece mentira lo bien que se defiende en eso… y nadie le enseñó a manejarla, los chicos actuales se llevan mejor que nosotros con las máquinas. Jugaban con los de Villa Elvira y empataron. Yo de fútbol no entiendo nada, pero Eugenio me pareció bastante patadura – claro, es uno de los más viejos del equipo – en cambio Marcelo se lució: metió dos de los tres goles y cada vez que hacía uno se agarraba el bulto mirando a los hinchas, – qué ordinario – los compañeros lo vitoreaban, algunos lo abrazaban y lo besaban como Eugenio. Y pensar que muchas mujeres van a la cancha, discuten de fútbol, está como de moda… Hace veinte años nomás se las habría tildado de machonas. A mí él nunca me dijo de ir, menos mal, porque prefiero quedarme tranquila en casa mirando una película o tejiendo. O por ahí hago una torta, de ésas que les gustan tanto a los chicos. O simplemente descanso, como Dios después de crear el mundo.
   Él siempre vuelve tarde porque después del partido se va a tomar unas cervezas con los muchachos. Yo no digo nada, es su derecho: trabajador, buen padre, buen marido, no me puedo quejar. Le dejo comida fría en la heladera y aprovecho para dormirme tempranito.

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   ¿Será cierto lo que me dijo Chelita…? De entrada no le creí, me reí de sus sospechas, hay tantos Clío en la ciudad… y es fácil equivocarse con la chapa, que tiene tantos números. Ella afirma que no comete errores en eso, como es contadora… A Chelita la considero mi mejor amiga, pero ¿no estará un poco celosa de mi felicidad conyugal? Las mujeres son… somos envidiosas, la mayoría. Aunque me lo tome a broma, me dejó clavada la espina de la duda. ¿Y si era verdaderamente el auto de Eugenio el que Chelita vio entrar a ese telo que está cerca de la bajada de la autopista… y cerca del club también? Ella había ido a lo de la prima que vive ahí enfrente, una vieja en silla de ruedas que se lo pasa espiando por la ventana el movimiento del telo; la prima le comentó que ese auto azul venía todos los domingos más o menos a la misma hora.
-          ¡Casi me dio un soponcio cuando reconocí el auto de ustedes! – dijo Chelita mirándome con lástima.
   Por un lado me niego a pensar que sea tan mala amiga, que le guste verme sufrir. Y por otro, es una solterona (“soltera y sin apuro”, repite ella) y tiene tan mala suerte con los hombres…Raro, porque cualidades no le faltan: bonita, buen cuerpo, se arregla muy sexy; debe ser por el carácter fuerte, o por su independencia, no sé. A los hombres les gusta que dependamos de ellos, Eugenio nunca quiso que yo trabajara afuera, aunque me recibí de maestra jardinera. Y después me reprocha que sea poco evolucionada, que me haya quedado en los 80… que vivo en un frasco, que estamos en el 2000, se burla a veces. Yo creo que uno tiene más chances de evolucionar cuando está en contacto con la gente, en una oficina, un taller, una escuela… Pero, bueno, ya perdí el coche.
   ¿Y qué hago…? Chelita me propone que la acompañe el domingo que viene a lo de la prima, para verlo con mis propios ojos, así me convenzo de que no macanea. ¿Voy o no voy…? Ese papel de espía me repugna, siempre lo condené en las novelas que miro a la tarde. Aunque vivir con esa duda…¿cómo hago para mirarlo a la cara sin que se transparente en la mía?

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   Estoy anonadada, estupefacta, como si me hubieran dado un garrotazo en la cabeza y me hubiese quedado lela. Si por lo menos pudiese llorar, gritar… Porque ayer fui con Chelita a lo de la prima y lo comprobé: era nuestro auto, ví un segundo el perfil de Eugenio manejando. Pero eso no fue lo peor. Esperé que volviera y le hice una escena, claro. Ni en sueños hubiera imaginado lo que me contestó.
-          No aguanto más, Norma, hace rato que te lo quería decir. El que estaba conmigo era Marcelo, me voy a vivir con él. Perdoname, pero nuestro matrimonio ya era una farsa y no puedo seguir así. Explicáselo a los chicos, acá te dejo la dirección



      de Marcelo; que me vean ahí o en la oficina, yo les voy a hablar y seguro que me                                          van a entender.
   Si me hubiese confesado un amorío con una compañera de oficina o cualquier otra mujer – aunque fuese una pendeja de ésas que andan a montones atrás de los cuarentones – yo le habría reclamado, habría llorado, qué sé yo, tal vez lo habría puteado, pero en ese momento sólo atiné a decir como una idiota:
-          Pero vos, Euge, siempre te burlaste de los trolos …
   Y él, lo más pancho:
-          Los que me dan asco y risa son los maricones, los travestis. El nuestro es un amor bien macho, no te confundas. No te pido que me comprendas, Norma. Vos sos tan chapada a la antigua, tenés la cabeza muy cerrada.
   Me parecía que todo eso no me estaba pasando a mí, que sucedía en alguna película.
-          ¿Y desde cuándo…? – pude articular con un hilo de voz.
-          La relación con Marcelo empezó en las duchas del club, hace un año. De chico hubo algunas experiencias en los baños de la escuela, era muy común y no le dí importancia. Después hice lo que se esperaba que hiciera, lo que se considera normal: me autoconvencí de que me gustaban las mujeres. Pero no en balde dicen que no se puede ir contra la propia naturaleza. Por una vez quiero ser auténtico: un hombre tiene derecho a buscar su felicidad. Perdoname.
   Y se fue, anoche mismo dejó la casa pidiéndome que juntara sus cosas, él las haría recoger.
   ¿Y ahora qué…? Todavía no puedo reaccionar. Recorro las habitaciones como una autómata. Miro sin ver. Tere está en la escuela, Javi en la facultad. Vendrán a comer, alguno va a preguntar “¿Y papá?”. ¿Qué les digo…?¿Cómo les explico…? No puedo mentir, tarde o temprano se van a enterar. Maldito fútbol. Si no hubiera sido por esa puta pasión, Eugenio nunca habría conocido al trolo de Marcelo. El degenerado  lo confundió, lo arrastró, estoy segura. Porque Eugenio es débil, en el fondo es débil. ¿No tendré yo también la culpa por haber sido demasiado condescendiente? Un hombre tiene derecho a esto, un hombre tiene derecho a lo otro… parece que todos los derechos son de los varones. Yo creía tener derecho, por lo menos, a vivir tranquila en mi casa, con mi marido y mis hijos. No pedía gran cosa…¿o sí? Y ahora todo se fue a los caños. ¿Derecho a qué tengo yo…?

(c) Paulina Juszko
City Bell
Provincia de Buenos Aires


   




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