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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Cristina de la Concha Ortiz

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Miradas* Al ir de regreso a casa miré, ya se había hecho inevitable, tenía que hacerlo. Allí estaba, en su esquina acostumbrada. Me detuve para pasar el tope sin quitarle los ojos de encima. Atraía enormemente mi atención. Me miró indiferente con sus ojitos maltratados, su cara parecía enrojecida por la vestimenta o acaso por la displicencia que le causaba esa forma de vivir en medio de cajas y papeles, de latas y botellas, todo en perfecto orden colocado en su recoveco de la esquina de esa calle.       En un principio, cuando descubrí su existencia, trataba de no verla, después lo hacía de reojo, pues no podía evitarlo, escondiéndome del alcance de su vista, disimulando. Un día, me percaté de que a ella no le importaba.       Ahora, la veo cada vez que paso y eso es casi todos los días. Cruzamos las miradas y continúo mi camino. (c) Cristina de la Concha Ortiz Tulancingo - México *Miradas está publicado en el libro Historia de una perdida y otros cuentos, ver más información so

Araceli Otamendi

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Elsa ¿Había un gato encerrado? Seguramente sí. Aunque nadie podía asegurarlo. Miré por la ventana, la inundación había llegado a los autos y el auto estaba casi flotando. Me acerqué al vidrio y lo vi, estaba  en la luneta trasera: el gato estaba en el auto, maullaba como un condenado.  ¿Cómo no me había dado cuenta antes? El silencio de la noche no se había interrumpido hasta ese momento. Llamé entonces a mi vecina, Elsa quien se ofreció a acompañarme a rescatar el gato. Elsa era la única persona a la que yo conocía en ese edificio al que me había mudado hacía unos pocos días. Fue la única vecina que asomó la cara cuando llegué ahí y se presentó. Elsa era una mujer que había pasado por muchas cosas en su vida, buenas y malas, comentaba, y siempre estaba dispuesta a dar una mano a los demás, porque entonces, claro, los demás le podrían dar una mano a ella, cuando lo necesitara. Porque en la gran ciudad, es así, decía. Nadie se conoce con nadie. Nadie sabe quién sos vos ni vos sabé

Ángel Balzarino

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El largo viaje de la    señorita Malbrán            Habíamos ido a la estación media hora antes de la llegada del tren, como si por nada del mundo quisiéramos perderlo, prácticamente todos los habitantes del pueblo enterados de la partida de la señorita Malbrán.    Y algunos por cierto tímido afecto, otros por una encarnizada aversión, la mayoría por viva curiosidad, fuimos cubriendo los espacios del andén que poco a poco resultaron insuficientes para albergar a tantas personas.            Ella había contribuido para que ocurriera así,    varias semanas antes, al encender una llama excitante cuando, con tono despectivo, dio el aviso una tarde en el almacén del turco Fazuli: -Ésta será una de las últimas veces que compraré aquí. -¿Por qué, señorita Malbrán? ¿Acaso no está conforme? -No se trata de eso.    Es que debo viajar -la breve pausa pretendió incentivar la expectativa-. Me voy a la   Capital. Sobrevino un azorado silencio.    El dueño del negocio, detrás del mostrador, y las c

Federico Vincenzini

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Solamente placer Aún la cama está caliente, se siente el perfume de una mujer que lo dejó atrapado entre las sábanas pero observo y ya no se encuentra a mi lado. Su día empezó temprano yendo al trabajo, lugar donde nos conocimos, lugar donde yo tengo la fortuna de tenerla cerca, como amante y como su jefe. Soy contador y ejerzo mi profesión en una empresa desde hace ocho años. La conocí haciendo entrevistas laborales y debo admitir que aquel día cuando entró a la oficina, quedé impactado por su belleza, su cuerpo, sus imponentes pechos y su morena piel que traslucía su camisa blanca. No creo haber sentido tal atracción por alguien así, pero sí supe que la quería tener en contacto permanente. Por eso le concedí el trabajo con motivos de arrebatarla hasta mi casa, con malas intenciones, de probarla ,de  saciarme en ella, verla desnuda, verla volar, solo eso, solo para llegar a lo mismo de siempre, sentirme el gran hombre, ese que quiere lograr eventualmente que no lo olviden por su