Salvador Robles Miras







En el fondo del lago*


El coche se precipitó al vacío al tomar una curva cerrada a demasiada velocidad. Los dos ocupantes del vehículo, de luna de miel, quienes unos segundos antes le cantaban al unísono a la vida, se cogieron espontáneamente de la mano y, embargados por una increíble serenidad, se dispusieron a sostener la mirada de la muerte. Pero el vehículo no se estrelló contra el fondo de un barranco como suponían, sino que se hundió mansamente en el agua. Habían caído en un lago. Tal vez no estuviera todo perdido.
     La mujer, rápida de reflejos, logró desembarazarse del cinturón de seguridad y, en un abrir y cerrar de ojos, ganó la superficie. Llamó  a su marido, y le respondió un silencio de mal agüero. Temiéndose lo peor,  inspiró profundamente y se sumergió. Aunque el agua estaba bastante turbia, logró distinguir un bulto en el fondo, a unos tres metros. El hombre, con varios huesos fracturados, había perdido el conocimiento; pero todavía respiraba. La mujer intentó sacarlo del vehículo. Imposible. La pierna derecha, rota, estaba encajonada entre el suelo del vehículo y el asiento. Posó sus labios en la boca de su esposo y le insufló el poco aire que albergaban sus pulmones. El chorro de oxígeno espabiló al hombre, quien abrió súbitamente los ojos. Ella le hizo un gesto con la mano, como instándole a que no desesperase. Él, consciente de su incapacidad para moverse, trató de decirle que procurara salvarse. La mujer, impulsada por el instinto de supervivencia, volvió a ascender en busca de aire. A los pocos segundos estaba de nuevo al lado de su marido, haciéndole el boca a boca.  
     Después de repetir la operación en los siguientes minutos cuatro veces más, la mujer se encontraba al límite de su resistencia. Con la cabeza fuera del agua, miró en torno a sí. La luz de la aurora bañaba la superficie tersa del lago, y no se veían signos de vida humana por ningún sitio. Pidió ayuda a gritos, pero sólo le respondió el canto rezagado de un grillo. Volvió a zambullirse en un desesperado intento por mantener vivo a su amado. Al posar los labios en los labios del hombre para entregarle el poco oxígeno que le quedaba, la mujer, exhausta, se desvaneció. Su marido la agarró con fuerza contra su pecho unos segundos antes del final.
     Ambos amantes fueron velados por los millares de salmones, truchas, percas y anguilas que, atraídos por el prodigio del amor, habían formado un círculo en torno a la pareja.   

(c) Salvador Robles Miras
Bilbao - España

*cuento  breve finalista en el concurso de cuento Revista Archivos del Sur

imagen: Alberto Passolini, Ophelia,  de la muestra Figuración vigente: AGUA, Galería Holz, Museo de Arte Tigre

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lamento por Manuel Araya* - Reinaldo Edmundo Marchant

Aurora - Araceli Otamendi

Carlos Mario Mejía Suárez* - Adán y Acelia